SÉPTIMO DOLOR
LA SEPULTURA DE JESÚS.
Todos: Señor, date prisa en socorrerme
Todos: Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo.
Oración introductoria para todos los días:
Dios nuestro, que quisiste que la Madre de tu Hijo estuviera a su lado junto a la Cruz, participando en sus sufrimientos, concede a tu Iglesia que, asociada con María a la pasión de Cristo, merezca también participar en su gloriosa resurrección.
Virgen Santísima de los Dolores, míranos cargando nuestra cruz de cada día. Compadécete de nuestros dolores, como nosotros nos compadecemos de los tuyos, y acompáñanos como acompañaste a tu Hijo Jesucristo, nuestro Señor, en el camino doloroso del Calvario. Eres nuestra Madre y te necesitamos. Ayúdanos a sufrir con amor y esperanza, con paciencia y aceptación, para que nuestro dolor, asociado al tuyo y al de tu Hijo, tenga valor redentor y en las manos de Dios, nuestro Padre, se transforme en gracia para la salvación del mundo.
HIMNO:
Esto es muy fijo
que toda me agoto
al hallarme sin mi Hijo,
ya ni vivo ni difunto.
Los varones con quebrantos me decían
gran Señora; no os entreguéis al llanto
que ya es llegada la hora,
del entierro sacrosanto.
Moderad tanto tormento,
cese ya esa pena dura,
dadnos el cuerpo sangriento,
para darle sepultura.
Yo aún agradecida,
a fineza tan hermosa
dando a mi hijo les decía,
tomad esta prenda mía,
el hijo que yo más quería.
San Juan y la Magdalena,
me cogieron de la mano,
todos cubiertos de pena,
fuimos siguiendo los pasos,
donde el sepulcro se ordena.
Llegamos al monumento,
donde con piedad honrosa,
el santo cuerpo dejaron,
cubierto con una losa.
Triste está la Virgen pura,
aquel sepulcro mirando,
cuan jamás vio criatura,
a su Hijo contemplando,
con tal dolor y amargura.
Está viva y sepultada,
está muerta y tiene vida,
está llagada y herida,
viendo muerto y destrozado,
al que era su Luz querida
Todas estas siete espadas,
traspasaron mi corazón,
si de ti son contempladas,
ganarás del galardón
de la celestial morada,
prenda de inmenso valor.
Por tu angustia y tu dolor
no nos abandones,
madre mía
ni en la vida,
ni en la muerte,
ni en el tribunal de Dios.
Señor, Dios mío, a ti grité, y tú me sanaste; te daré gracias por siempre.
Te ensalzaré, Señor, porque me has librado
y no has dejado que mis enemigos se rían de mí.
Señor, Dios mío, a ti grité,
y tú me sanaste.
Señor, sacaste mi vida del abismo,
me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa.
Tañed para el Señor, fieles suyos,
dad gracias a su nombre santo;
su cólera dura un instante;
su bondad, de por vida;
al atardecer nos visita el llanto,
por la mañana, el júbilo.
Yo pensaba muy seguro:
«No vacilaré jamás.»
Tu bondad, Señor, me aseguraba
el honor y la fuerza;
pero escondiste tu rostro,
y quedé desconcertado.
A ti, Señor, llamé,
supliqué a mi Dios:
«¿Qué ganas con mi muerte,
con que yo baje a la fosa?
¿Te va a dar gracias el polvo,
o va a proclamar tu lealtad?
Escucha, Señor, y ten piedad de mí.
Señor, socórreme.»
Cambiaste mi luto en danzas,
me desataste el sayal y me has vestido de fiesta;
te cantará mi alma sin callarse.
Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Como era en un principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.
Amén.
Señor, Dios mío, a ti grité, y tú me sanaste; te daré gracias por siempre.
Dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito.
Dichoso el que está absuelto de su culpa,
a quien le han sepultado su pecado;
dichoso el hombre a quien el Señor
no le apunta el delito.
Mientras callé se consumían mis huesos,
rugiendo todo el día,
porque día y noche tu mano
pesaba sobre mí;
mi savia se me había vuelto
un fruto seco.
Había pecado, lo reconocí,
no te encubrí mi delito;
propuse: «Confesaré al Señor mi culpa»,
y tú perdonaste mi culpa y mi pecado.
Por eso, que todo fiel te suplique
en el momento de la desgracia:
la crecida de las aguas caudalosas
no lo alcanzará.
Tú eres mi refugio, me libras del peligro,
me rodeas de cantos de liberación.
Te instruiré y te enseñaré el camino que has de seguir,
fijaré en ti mis ojos.
No seáis irracionales como caballos y mulos,
cuyo brío hay que domar con freno y brida;
si no, no puedes acercarte.
Los malvados sufren muchas penas;
al que confía en el Señor,
la misericordia lo rodea.
Alegraos, justos, y gozad con el Señor,
aclamadlo, los de corazón sincero.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Como era en un principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.
Amén.
Dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito.
El Señor le dio el poder, el honor y el reino, y todos los pueblos le servirán.
Gracias te damos, Señor Dios omnipotente,
el que eres y el que eras,
porque has asumido el gran poder
y comenzaste a reinar.
Se encolerizaron las naciones,
llegó tu cólera,
y el tiempo de que sean juzgados los muertos,
y de dar el galardón a tus siervos los profetas,
y a los santos y a los que temen tu nombre,
y a los pequeños y a los grandes,
y de arruinar a los que arruinaron la tierra.
Ahora se estableció la salud y el poderío,
y el reinado de nuestro Dios,
y la potestad de su Cristo;
porque fue precipitado
el acusador de nuestros hermanos,
el que los acusaba ante nuestro Dios día y noche.
Ellos le vencieron en virtud de la sangre del Cordero
y por la palabra del testimonio que dieron,
y no amaron tanto su vida que temieran la muerte.
Por esto, estad alegres, cielos,
y los que moráis en sus tiendas.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Como era en un principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.
Amén.
El Señor le dio el poder, el honor y el reino, y todos los pueblos le servirán.
Del evangelio de san Juan(Jn 19, 40-42).
José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque oculto por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo.
Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en los lienzos con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto, un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía.
Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.
Reflexión:
Oh, gran Dios de las misericordias, ya todo está consumado de tu parte, pero aun no del todo por la nuestra. Es el momento del silencio, el momento en el que las palabras están de sobra, ahora toca mostrar los gestos. El primer gesto del silencio es hacer como haces tú y tu Hijo, mi Jesús, perdonar y dar la razón del perdón. Yo también quiero perdonar a los que han destrozado el cuerpo de mi Jesús, perdono también porque ellos no saben lo que hacen.
Por eso Dios de las misericordias te pido que les des la luz de tu Santo Espíritu para que vean en el interior de su corazón la verdad y se arrepientan. El segundo gesto del silencio es buscar tu amistad, Dios de las misericordias, desear tu compañía, cobijarse bajo tu protección. Y el tercer gesto de mi silencio es la esperanza. Todo tiene arreglo, las debilidades nuestras son tu fortaleza, nuestra pequeñez es tu grandeza y nuestra miseria es tu riqueza.
Llena a toda la humanidad de esperanza y así descubrirán el inmenso amor que les tienes. No todo se ha acabado en este lado nuestro, hemos de levantarnos de nuestra postración, de nuestras debilidades y pecados, hemos de resucitar. Señor Dios de gran misericordia, yo espero en la Resurrección. Jesús resucita y nosotros con él. El dolor se convertirá en alegría, el mal en bien y los pecadores en santos.
Oración:
Te pedimos, Señor, que, por la gloriosa pasión de tu Hijo, que tanto hizo sufrir a la Virgen María al pie de la cruz, concedas a tus siervos difuntos el perdón de los pecados que siempre desearon, para que te conozcan en verdad y merezcan gozar de tu visión eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Oración conclusiva. -
Hazme contigo llorar
y de veras lastimar
de sus penas mientras vivo;
porque acompañar deseo
en la cruz, donde le veo,
su corazón compasivo.
Haz que me ampare la muerte
de Cristo, cuando es tan fuerte
lance vida y alma estén;
porque cuando quede en calma
el cuerpo, vaya mi alma
a su eterna gloria. Amén.
Oremos.
Oh Dios, en cuya Pasión, de acuerdo con la profecía de Simeón, una espada de dolor traspasó el alma dulcísima de María, Virgen y Madre gloriosa; conceded a nosotros que conmemoramos y reverenciamos sus dolores, sintamos el bendito efecto de vuestra Pasión. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
(Se concluye con tres Avemarías en honor de las lágrimas derramadas por Nuestra Señora en sus Dolores).
Salve Reina.
Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida y dulzura y esperanza nuestra: Dios te salve. A ti llamamos los desterrados hijos de Eva; a ti suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas. Ea, pues, Señora abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos y, después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. ¡Oh clementísima! ¡oh piadosa! ¡oh dulce Virgen María! Ruega por nosotros santa Madre de Dios. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de nuestro Señor Jesucristo.
Comentarios
Publicar un comentario