TERCER DOLOR
JESÚS PERDIDO EN EL TEMPLO.
Presidente: Dios mío, ven en mí auxilio
Todos: Señor, date prisa en socorrerme
Todos: Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo.
Oración introductoria para todos los días:
Dios nuestro, que quisiste que la Madre de tu Hijo estuviera a su lado junto a la Cruz, participando en sus sufrimientos, concede a tu Iglesia que, asociada con María a la pasión de Cristo, merezca también participar en su gloriosa resurrección.
Virgen Santísima de los Dolores, míranos cargando nuestra cruz de cada día. Compadécete de nuestros dolores, como nosotros nos compadecemos de los tuyos, y acompáñanos como acompañaste a tu Hijo Jesucristo, nuestro Señor, en el camino doloroso del Calvario. Eres nuestra Madre y te necesitamos. Ayúdanos a sufrir con amor y esperanza, con paciencia y aceptación, para que nuestro dolor, asociado al tuyo y al de tu Hijo, tenga valor redentor y en las manos de Dios, nuestro Padre, se transforme en gracia para la salvación del mundo.
HIMNO:
El tercer dolor fue cuando
tres días tuve perdido mi bien.
Contempla las agonías
que tú también llorarás
las amargas penas mías.
Yo y José, mi amado esposo
con Jesús al templo fuimos
los tres habiendo llegado
un gran concurso vimos
de gente allí congregada
Un festín grande que había
habiéndose acabado
yo del templo me salía
y José con gran cuidado
por otra puerta venía.
Reuniéndonos los dos
yo a mi esposo pregunte:
José ¿Y el Hijo de Dios?
María, yo no lo sé
yo juzgué que iba con Vos.
Aquel corazón partido
quedó como sin sentido
llorando su amarga suerte
de ver a Jesús perdido.
Si a Jesús tienes perdido,
por la culpa; ven a mí,
cuando te encuentres afligido
que como lo hagas así
descanso tendrás cumplido
Así como fue levantada en alto la serpiente en el desierto, así deberá ser levantado en alto el Hijo del hombre.
Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.»
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.
«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.»
El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno
según el rito de Melquisedec.»
El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso levantará la cabeza.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Como era en un principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.
Amén.
Así como fue levantada en alto la serpiente en el desierto, así deberá ser levantado en alto el Hijo del hombre.
El Señor de los ejércitos es protección liberadora, rescate salvador.
Cuando Israel salió de Egipto,
los hijos de Jacob de un pueblo balbuciente,
Judá fue su santuario,
Israel fue su dominio.
El mar, al verlos, huyó,
el Jordán se echó atrás;
los montes saltaron como carneros;
las colinas, como corderos.
¿Qué te pasa, mar, que huyes,
y a ti, Jordán, que te echas atrás?
¿Y a vosotros, montes, que saltáis como carneros;
colinas, que saltáis como corderos?
En presencia del Señor se estremece la tierra,
en presencia del Dios de Jacob;
que transforma las peñas en estanques,
el pedernal en manantiales de agua.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Como era en un principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.
Amén.
El Señor de los ejércitos es protección liberadora, rescate salvador.
Él fue herido por nuestras rebeldías, triturado por nuestros crímenes, por sus llagas hemos sido curados.
Cristo padeció por nosotros,
dejándonos un ejemplo
para que sigamos sus huellas.
Él no cometió pecado
ni encontraron engaño en su boca;
cuando lo insultaban,
no devolvía el insulto;
en su pasión no profería amenazas;
al contrario,
se ponía en manos del que juzga justamente.
Cargado con nuestros pecados, subió al leño,
para que, muertos al pecado,
vivamos para la justicia.
Sus heridas nos han curado
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Como era en un principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.
Amén.
Él fue herido por nuestras rebeldías, triturado por nuestros crímenes, por sus llagas hemos sido curados.
Del evangelio de san Lucas(Lc 2, 42-50).
Cuando Jesús cumplió doce años, Él y sus padres subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres.
Estos, creyendo que estaba en la caravana, anduvieron el camino de un día y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén buscándolo. Y sucedió que, a los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas.
Todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba. Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre: «Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados». Él les contestó: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?». Pero ellos no comprendieron lo que les dijo.
Reflexión:
Cuando perdemos alguien o algo de valor sufrimos, Señor, con una porción de egoísmo, porque nos quedamos sin aquello que amamos. Parece que sufrimos porque nos falta algo. Señor, yo perdí a mi Jesús y me pareció que me alejaba de ti, que era yo quien me perdía.
Pronto entendí que a veces tú, Señor, nos dejas para que sepamos responder por nosotros mismos. Cuando perdí a mi Jesús, el mundo se me cayó a mis pies y mi corazón de llenó de angustia. Acompañada de José, fuimos en su busca y lo encontramos entre los maestros de la ley. Verlo fue un gozo, pero no entendí que yo debo ir siempre por delante, guarde en mi corazón dolido aquellas palabras: «Yo debo estar en las cosas de mi Padre» y comprendí que yo también debía estar en las cosas de mi Hijo.
Ayuda, Señor y Dios mío, a todas aquellas personas que viven de espaldas a Dios y a la verdad y que acepten la salvación.
Oración:
Oh, Dios, que con misteriosa providencia has querido que la Iglesia esté asociada a la pasión de tu Hijo, por la intercesión de la Madre de tu Hijo, concede a tus fieles que sufren persecución por tu nombre, espíritu de paciencia y caridad, para que sean reconocidos como testigos fieles y veraces de tus promesas. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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