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SEPTENA: QUINTO DOLOR

QUINTO DOLOR
LA CRUCIFIXIÓN Y MUERTE DE JESÚS.

Presidente: Dios mío, ven en mí auxilio
Todos: Señor, date prisa en socorrerme
Todos:   Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo.

Oración introductoria para todos los días:

Dios nuestro, que quisiste que la Madre de tu Hijo estuviera a su lado junto a la Cruz, participando en sus sufrimientos, concede a tu Iglesia que, asociada con María a la pasión de Cristo, merezca también participar en su gloriosa resurrección.

Virgen Santísima de los Dolores, míranos cargando nuestra cruz de cada día. Compadécete de nuestros dolores, como nosotros nos compadecemos de los tuyos, y acompáñanos como acompañaste a tu Hijo Jesucristo, nuestro Señor, en el camino doloroso del Calvario. Eres nuestra Madre y te necesitamos. Ayúdanos a sufrir con amor y esperanza, con paciencia y aceptación, para que nuestro dolor, asociado al tuyo y al de tu Hijo, tenga valor redentor y en las manos de Dios, nuestro Padre, se transforme en gracia para la salvación del mundo.

HIMNO:

El quinto fue tan penoso,
que es digno de contemplar,
cuando a mi Hijo amoroso,
yo lo vi crucificar,
en la Cruz como alevoso.

Llegamos a la montaña,
donde con despojo,
le arrancan con ciña y saña,
a la lumbre de mis ojos,
la túnica ensangrentada.

Yo que lo vi desnudado,
renovadas las heridas,
crecieron las ansias mías,
al verle tan maltratado.

Que se tendiese
ordenaron en la Cruz
y con paciencia
 hizo lo que le mandaron
y con tirana desvergüenza,
pies y manos le enclavaron.


La santa Cruz volvieron,
y remacharon los clavos,
con risas y baldones,
la santa Cruz levantaron
y el santo cuerpo dejaron
en medio de dos ladrones.

 Si en este dolor tan fuerte,
te detienes en pensar,
en las ansias de la muerte,
yo te prometo ayudar.


El Señor da la victoria a su Ungido.

Que te escuche el Señor el día del peligro,
que te sostenga el nombre del Dios de Jacob;
que te envíe auxilio desde el santuario,
que te apoye desde el monte Sión:

que se acuerde de todas tus ofrendas,
que le agraden tus sacrificios;
que cumpla el deseo de tu corazón,
que dé éxito a todos tus planes.

Que podamos celebrar tu victoria
y en el nombre de nuestro Dios alzar estandartes;
que el Señor te conceda todo lo que pides.

Ahora reconozco que el Señor
da la victoria a su Ungido,
que lo ha escuchado desde su santo cielo,
con los prodigios de su mano victoriosa.

Unos confían en sus carros,
otros en su caballería;
nosotros invocamos el nombre
del Señor, Dios nuestro.

Ellos cayeron derribados,
nosotros nos mantenemos en pie.

Señor, da la victoria al rey
y escúchanos cuando te invocamos.

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.

Como era en un principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.
Amén.

El Señor da la victoria a su Ungido.


Al son de instrumentos cantaremos tu poder.

Señor, el rey se alegra por tu fuerza,
¡y cuánto goza con tu victoria!
Le has concedido el deseo de su corazón,
no le has negado lo que pedían sus labios.

Te adelantaste a bendecirlo con el éxito,
y has puesto en su cabeza una corona de oro fino.
Te pidió vida, y se la has concedido,
años que se prolongan sin término.

Tu victoria ha engrandecido su fama,
lo has vestido de honor y majestad.
Le concedes bendiciones incesantes,
lo colmas de gozo en tu presencia:
porque el rey confía en el Señor
y con la gracia del Altísimo no fracasará.

Levántate, Señor, con tu fuerza,
y al son de instrumentos cantaremos tu poder.

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.

Como era en un principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.
Amén.

Al son de instrumentos cantaremos tu poder.

Has hecho de nosotros, Señor, un reino de sacerdotes para nuestro Dios.

Eres digno, Señor Dios nuestro, de recibir la gloria,
el honor y el poder,
porque tú has creado el universo;
porque por tu voluntad lo que no existía fue creado.

Eres digno de tomar el libro y abrir sus sellos,
porque fuiste degollado
y por tu sangre compraste para Dios
hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación;
y has hecho de ellos para nuestro Dios
un reino de sacerdotes
y reinan sobre la tierra.

Digno es el Cordero degollado
de recibir el poder, la riqueza y la sabiduría,
la fuerza y el honor, la gloria y la alabanza.

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.

Como era en un principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.
Amén.

Has hecho de nosotros, Señor, un reino de sacerdotes para nuestro Dios.



Del evangelio de san Juan(Jn 19, 25-30).

Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio. Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dijo: «Tengo sed».
Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: «Está cumplido». E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu.

Reflexión:

Hijo mío, sé que escuchas mis súplicas, aunque resuenen en mi corazón, pero necesito unas palabras tuyas. En todo el trayecto no he podido escuchar tu voz, porque ni siquiera te lamentas o te quejas. Es muy grave tu silencio. Pero, Hijo mío, mi alma quizá se repondría un poco y descansaría si escuchara una voz de tu parte:«Mujer, ahí tienes a tu hijo».
He comprobado que de nuevo mi oración ha sido escuchada como siempre por ti, Hijo mío. Sé que nunca me falla, quizá te haces de rogar como les gusta hacer a los hijos, pero tú, mi Jesús, no me has fallado jamás. Mira, vuelvo mis ojos de cara a Juan y descubro que la cara del discípulo no es la misma que la tuya, pero se parece tanto a ti. Ese parecido viene desde dentro, desde su interior, desde su fe, desde su fidelidad, desde su amor a Dios. Mi Jesús, tú te vas, déjame quien pueda ocupar tu lugar aquí en la tierra: «Ahí tienes a tu madre».

Oración:

Dios todopoderoso y eterno, por los dolores de la Virgen María, a quien hemos recibido como Madre nuestra, te imploramos que concedas a quienes no creen en Cristo encontrar la verdad al caminar en tu presencia con sincero corazón, y a nosotros, deseosos de ahondar en el misterio de la vida, ser ante al mundo testigos más convincentes de tu amor y crecer en la caridad fraterna. Por Jesucristo, nuestro Señor.Amén.










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